Segunda Tópica:
Posteriormente, hacia 1920, Freud describe el aparato psíquico mediante tres
estructuras: el Yo, el Ello y el Superyó. Estas estructuras representan
respectivamente más o menos a los
impulsos, a la orientación hacia la
realidad y a la orientación hacia los
valores morales.
El Ello (Id): representa el
sustrato biológico hereditario del ser
humano. Es la parte más primitiva y
profunda del aparato psíquico. No puede
ser observada en sí misma, pero se
deduce que se compone de los rasgos hereditarios, las pulsiones sexuales y
agresivas, además de los recuerdos y deseos reprimidos en la historia personal
del sujeto. Representaría nuestra naturaleza propiamente animal. En su
funcionamiento, el Ello busca la descarga de la excitación, la tensión o la
energía. Se rige por el principio de placer.
El Superyó (Super-Ego): Representa el aspecto moral de nuestro comportamiento
(normas e ideales morales) y aspira a ejercer un control sobre el Yo, al modo
como las normas morales aspiran a controlar el comportamiento. Su origen se
remonta a la superación del Complejo de Edipo, cuando el niño interioriza las
normas que el padre le transmite.
El Superyó equivale a una especie de moral
arcaica que resulta de la interiorización de las prohibiciones familiares y sociales
adquiridas desde nuestra infancia. Representa pautas ideales de conducta y
prohibiciones o exigencias socioculturales. Su misión fundamental es presionar
al Yo, señalándole cómo debería comportarse en cada momento, pero también
generándole sentimientos de culpa cuando incumple sus exigencias.
El Yo (Ego): Es la instancia que media entre el Ello y la realidad exterior. Su
función es básicamente reguladora, buscando satisfacer los deseos del Ello en la
medida que dicha satisfacción no provoque conflictos en el sistema de creencias
del individuo. El Yo se rige por el principio de realidad.
El Yo representa lo que
podríamos llamar la razón o reflexión, mientras que el Ello representa las
pasiones. La actividad consciente es ejecutada por el Yo (percepción, procesos
intelectuales, etc.) y también la preconsciente (actualizar los aprendizajes o las
evocaciones del pasado no reprimido mediante la memoria). En sus últimos
escritos, Freud asigna también una función inconsciente al Yo: la de los
mecanismos de defensa que impiden la frustración del sujeto, reduciendo la
tensión creada por los impulsos no satisfechos del Ello.
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