El conductista pregunta: ¿Por qué no hacer lo que podemos observar el verdadero
campo de la psicología?
Limitémonos a lo observable, y formulemos leyes sólo relativas a estas cosas. Ahora bien: ¿qué es lo que podemos observar? Podemos observar la conducta —lo que el organismo hace o dice. Y apresurémonos a señalar que hablar es hacer, esto es, comportarse. El hablar explícito o con nosotros mismos (pensar) representa un tipo de conducta exactamente tan objetiva como el béisbol. La regla o cartabón que el conductista jamás pierde de vista es: ¿puedo describir la conducta que veo, en términos de “estímulo y respuesta”? Entendemos por estímulo cualquier objeto externo o cualquier cambio en los tejidos mismos debidos a la condición fisiológica del animal; tal como el que observamos cuando impedimos a un animal su actividad sexual, le privamos de alimento, no le dejamos construir el nido. Entendemos por respuesta todo lo que el animal hace, como volverse hacia o en dirección opuesta a la luz, saltar al oír un sonido, o las actividades más altamente organizadas, por ejemplo, edificar un rascacielos, dibujar planos, tener familia, escribir libros, etc.
Algunos problemas específicos del Conductismo
Es dable advertir, pues, que el conductista trabaja como cualquier otro hombre de ciencia. Su único objeto es reunir hechos tocantes a la conducta —verificar sus datos— , someterlos al examen de la lógica y de la matemática (los instrumentos propios de todo científico). Lleva al recién nacido a su “nursery” experimental y empieza a plantear problemas: ¿qué hace ahora el niño? ¿Cuál es el estímulo que lo indique a comportarse así? Encuentra que el estímulo de los cosquilleos en la mejilla provoca la respuesta de hacerle volver la boca hacia el lado estimulado. El estímulo del pezón, la succión. El estímulo de una vara sobre la palma de la mano, el cierre de la mano; y si se levanta la vara, la suspensión de todo el cuerpo por ésta y el brazo. Si estimulamos al niño haciendo pasar rápidamente una sombra delante de sus ojos, no provocaremos su parpadeo hasta que tenga sesenta y cinco días de vida. Si lo estimulamos con una manzana, un caramelo o cualquier otro objeto, no hará tentativa alguna de alcanzarlos hasta aproximadamente los ciento veinte días de existencia. Si a un niño correctamente criado, cualquiera sea su edad, lo estimulamos con serpientes, peces, oscuridad, papel encendido, pájaros, gatos, perros, monos, no conseguimos suscitar el tipo de respuesta que llamamos “miedo” (y a la cual para ser objetivos podríamos designar reacción X), que se manifiesta en detenimiento de la respiración, rigidez de todo el cuerpo y desvío de la fuente de estímulo: un correr o gatear para alejarse de ella.
Por otra parte, existen con toda exactitud dos estímulos que indefectiblemente promueven la respuesta de miedo: un sonido fuerte y la pérdida de base de sustentación. Ahora bien, por la observación de niños criados fuera de su “nursery”, el conductista sabe que centenares de cosas despiertan respuestas de miedo, surge pues esta cuestión científica; si al nacer, únicamente dos estímulos provocan el miedo, ¿cómo es posible que esas otras cosas logren producirlo? Adviértase que la pregunta no es de índole especulativa. Cabe satisfacerla mediante experimentos; los experimentos son susceptibles de reiterarse, y si la observación original es correcta se obtendrán iguales resultados en cualquier otro laboratorio.
Con un sencillo ensayo se lo puede comprobar. Si se muestra una serpiente, un ratón o un perro a una criatura que nunca haya visto estos objetos ni se la haya atemorizado de otra manera, empezará a tocarlo apretujando esa o aquella parte. Repítase esta prueba durante diez días hasta obtener una razonable seguridad de que la criatura se acercará siempre al perro, que nunca huirá de él (reacción positiva) y de que éste jamás provocará una respuesta de miedo.
En estas condiciones se toma una barra de acero a espaldas del niño y se golpea fuertemente. De inmediato aparecerán las manifestaciones de miedo. Entonces, pruébese lo siguiente: en el momento en que se le enseña el animal, y justamente cuando empieza a aproximarse, golpéese de nuevo la barra del mismo modo. Repítase el experimento tres o cuatro veces. Se manifestará un cambio novedoso e importante; ahora, el animal provoca la misma respuesta que la barra de acero —una respuesta de miedo.
En el conductismo denominamos este hecho respuesta emocional condicionada, una forma de reflejo condicionado. Nuestros estudios acerca de los reflejos condicionados nos permiten explicar el temor de la criatura al perro sobre la base de una ciencia completamente natural, sin apelar a la conciencia ni a ninguno de los denominados procesos mentales. Un perro se aproxima con rapidez al niño, le salta encima, lo derriba y al mismo tiempo ladra fuertemente. A menudo, basta una combinación de esta índole para que la criatura huya del animal apenas lo vea. Hay muchos otros tipos de respuestas emocionales condicionadas, como las que se relacionan con el amor, cuando la madre al acariciar a su niño, al arrullarlo, al estimular sus órganos sexuales durante el baño, y mediante otras operaciones similares, provoca el abrazo y el gorjeo como una respuesta original no aprendida. Pronto esta reacción se torna condicionada. La mera visión de la madre produce la misma clase de respuesta que el contacto físico real. En la ira tenemos una serie de hechos análogos. el impedir los movimientos de los miembros del niño, provoca la respuesta originaría no aprendida que llamamos “ira”. No tarda en ocurrir que la mera presencia de una niñera que lo trate con brusquedad baste para suscitar un acceso de cólera. Es dable comprobar pues, cuán relativamente simples son al principio nuestras respuestas emocionales, y cuán terriblemente las complica pronto la vida del hogar. El conductista tiene asimismo sus problemas en lo tocante al adulto.
¿Qué métodos hemos de utilizar sistemáticamente a fin de condicionar al adulto? ¿Por ejemplo, para enseñarle hábitos de trabajo, hábitos científicos? Ambas categorías, los manuales (técnica y habilidad) y los laríngeos (hábitos de hablar y pensar) habrán de establecerse y relacionarse antes que se complete el aprendizaje. Una vez formados estos hábitos de trabajo, ¿con qué sistema de estímulos variables debemos rodearlo si queremos mantener el nivel de eficiencia y su aumento constante? Además del problema de los hábitos profesionales, se plantea el de su vida emocional. ¿Cuál es la parte que trasciende su infancia? ¿Cuál estorba su adaptación actual? ¿Cómo podemos hacer para que la elimine? Es decir: ¿desacondicionarlo cuando ello resulte necesario, o condicionarlo cuando el condicionamiento lo sea? En verdad, sabemos muy poco acerca de la cantidad y calidad de los hábitos emocionales o, mejor, viscerales (con este término entendemos que el estómago, los intestinos, la respiración y la circulación se condicionan, forman hábitos), que debieran crearse. Sabemos que existe gran número y que son importantes. Probablemente la mayoría de los adultos de este mundo nuestro, sufre vicisitudes en su vida familiar y en sus negocios que se deben más a pobres e insuficientes hábitos viscerales que a la falta de técnica y habilidad en sus actividades manuales y verbales. En el presente, uno de los relevantes problemas en las grandes organizaciones es el de “la adaptación de la personalidad”.
Al ingresar en las organizaciones comerciales, los jóvenes de ambos sexos tienen adecuada capacidad para desempeñar sus tareas, mas fracasan por no adaptarse a los demás. ¿Excluye esa orientación algo propio de la psicología? Después de este breve examen de la orientación conductista en lo tocante a los problemas de la psicología, podría decirse: “Bien, vale la pena estudiar la conducta humana de esta manera, pero el estudio de la conducta no es toda la psicología. Omite demasiado. Acaso no tengo sensaciones, percepciones, conceptos? ¿No olvido y recuerdo cosas e imagino otras? ¿No tengo imágenes visuales y auditivas de cosas anteriormente vistas u oídas? ¿No veo y oigo cosas que nunca he visto ni oído en la naturaleza? ¿No puedo estar atento o desatento, según la circunstancia? ¿Algunas cosas no despiertan en mí placer, y disgusto otras?
El conductismo pretende privarnos de todo cuanto desde la más tierna infancia ha constituido para nosotros un artículo de fe”. A causa de la formación en psicología introspectiva, según acontece con la mayoría, es lógico que se planteen estas consideraciones y se encuentre difícil apartarse del antiguo vocabulario para empezar a delinear una nueva vida psicológica en los términos del conductismo. El conductismo es vino nuevo y no puede entrar en odres viejos. Momentáneamente convendrá apaciguar el natural antagonismo y aceptar el programa conductista, por lo menos hasta compenetrarse con mayor profundidad en esta ciencia. Entonces notará que ha progresado tanto en el conductismo que las preguntas que ahora formula se contestarán por sí mismas de una manera perfectamente satisfactoria y científica. A continuación debemos agregar que si el conductista se le interroga qué entiende por los términos subjetivos que empleamos habitualmente, caería en un mar de contradicciones. Inclusive podría convencerle de que lo ignora. Los aplicaba sin analizarlos; integraba su tradición social y literaria. Para comprender el Conductismo es necesario comenzar por la observación de la gente Este es el punto de partida fundamental del conductismo. Muy pronto se descubrirá que la auto–observación, además de no ser la manera más fácil y natural de estudiar psicología, resulta simplemente imposible. Dentro de nosotros mismos sólo podemos comprobar las formas más elementales de respuesta. Por el contrario, cuando empezamos a estudiar lo que hacen nuestros vecinos advertimos que rápidamente adquirimos experiencia para clasificar su conducta y crear situaciones (presentar estímulos) que lo harán comportarse de una manera previsible para nosotros.
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